Siempre supimos la respuesta

El bigotudo este, anacronico e impostado ha desbarrancado bastante en los ultimos tiempos.Lejos está de aquel agudo e interesante cronista, compañero de Dorio, en El Monitor Argentino o del periodista que junto al mismo Dorio y otro apóstata de las causas populares como Telembaun, entretenian en las noches de Belgrano.

Caparrós, espantado por el olor a negro cabeza que rodea a este gobierno ha tomado distancia de banderas que uno hubiese esperado que defendiera, aun con el bienvenido riesgo permanente de que la fuente vuelva a ser palangana.

No obstante el tipo, cuando el gorila se lo permite, se pone a escribir y escribe bien. Compartamos entonces esta nota que publico Ole y que esta buena. 

¿Por qué el fútbol?

Por Martín Caparrós
La pregunta del millón paga cinco guitas: ya ha habido tantas preguntas del millón que no quedan más fondos. Y sin embargo seguimos haciendo preguntas del millón, como yo en este caso: ¿por qué el fútbol? ¿Por qué, digo, llegó a este nivel de difusión, de peso, de importancia en nuestras pobres vidas? ¿Qué tenía el fútbol que los otros no tuvieran? El fútbol es uno de los inventos más potentes de estos tiempos, pero si no hubiera existido no habría pasado nada. Solemos pensar que las cosas que toman mucho peso tenían alguna necesidad, venían a llenar un nicho –qué linda la palabra nicho– que las esperaba. Y sin embargo nadie clamaba, cuando terminaba el siglo XIX, por un deporte-espectáculo para las multitudes. Sin fútbol, todo el resto habría sido parecido. Si nadie lo esperaba, nadie lo necesitaba: ¿por qué apareció y se quedó con todo? Nadie sabe, pero supongamos. Supongamos que el mundo necesitaba que algo lo distrajera, lo apasionara, le diera de qué hablar cuando no quiere hablar de lo que importa. Para eso, hacerse hincha de algo es un gran truco: hay mucha fuerza en ese modo de sentirse parte, aliado con otros que quieren lo mismo. La sensación de construir algo más importante que uno en esa suma: la última tribu. Y, para el espectador a punto de convertirse en hincha, es más fácil identificarse con un equipo que sigue siendo el mismo más allá de los cambios de hombres, que con una persona. Uno puede ser de Boca toda la vida pero no de Vilas o Fangio o De Vicenzo: se retiran, pasan. Un deporte colectivo, entonces, tenía todas las fichas. Pero hay muchos: el cricket, el rugby, el vóley, el básquet, el béisbol, el hockey –y sin embargo el fútbol les ganó por goleada-.
El fútbol tiene un par de ventajas: parece menos peligroso, requiere más habilidad y menos fuerza física y sus reglas son más claras: lo entienden incluso los que no lo entienden. Se puede tocar la pelota con todo el cuerpo salvo con la mano, la pelota puede ir en cualquier dirección, cuando alguien la tira afuera un contrario la vuelve a poner en juego, no se puede violentar al adversario y, en general, pese a su simpleza, ofrece cantidad de situaciones y variantes. Y además se adapta a todo: cuatro chicos con una pelota de papel pueden jugar a algo que se parece mucho al fútbol; en cambio el básquet necesita un aro, el rugby una aceituna, el béisbol un bate, un guante y un espacio grande, el polo una tropilla y una papa en la boca.
En el fútbol, además, cualquier chico puede ser un grande: Maradona era un corcho que la mayoría de los deportes habrían descartado antes de que se cambiara. Pero al fútbol pueden jugar todos: el petiso movedizo o el grandote casi torpe, el corredor desenfrenado o la mole que se planta, el más vivo de la clase y el más bobo; si hasta yo he jugado alguna vez. El fútbol no es como otros deportes que exigen un físico o un carácter determinados: cada tipo de habilidad tiene su espacio, hay puestos para todos –sólo hay que descubrirse-.
Se podría hablar mucho –el fútbol se ha convertido en una fuente incontenible de pavadas-. Pero yo creo que la gran diferencia es que el fútbol tiene el gol: el fin, la meta. En otros deportes colectivos, los equipos hacen muchos tantos: un partido de básquet puede terminar 90 a 85, uno de rugby 35 a 15, uno de vóley tres veces 15-13: el momento supremo –el de la conquista– se vuelve, por repetido, un poco pavo, levemente moco. En cambio el gol sucede tan de tanto en tanto que cada vez es única. El gol es una irregularidad, una excepción extrema –porque el fútbol es fracaso casi siempre-. El fútbol ofrece una moraleja que, por suerte, no solemos leer: el 98 por ciento de un partido consiste en intentonas, tentativas fracasadas de aproximación a la única meta decisiva. Una montaña de fracasos y, sin embargo, los jugadores no dejan de intentarlo: eso es el fútbol –pero no lo cuenten: si lo llega a descubrir un cura o un pastor o un novelista malo hacen un desastre-. El fútbol es fiasco, desengaño, cabezonería: todo para llegar al gol y el gol no llega.
Porque, en el fútbol, un gol es lo anormal, la excepción que no confirma nada. Y no siempre es el resultado de la lógica del juego –como en el básquet o el vóley o el tenis– sino un azar, una obra extraordinaria, un acto casi mágico. El fútbol, todo el fútbol, es el contagio de la magia del gol: ese momento que no sucede casi nunca y que, al suceder, hace que todo el resto cobre su sentido; la explosión, el torrente. El fútbol es el gol: por él, supongo, usted está ahora acá, leyendo estas palabras

El discurso de La Mesa avanza...

El Ruso Verea hace un análisis ácido de los medios y es crítico de algunos nuevos hábitos de los periodistas: “Ahora te pagan por vender y publicitan pararrayos en el medio de un corner... Yo, paso”.

-¿Cómo se para un heavy metal de los medios en un escenario en donde se entretiene más de lo que se informa?
-Es lastimoso: la idea del entretenimiento arrasó con todo. Una vez lo escuché a Ezequiel Fernández Moores decir: “Informar para formar, lejanamente entretener”. No perder de vista que lo que se dice debe ser entretenido, pero no dejar las premisas básicas de lado. ¿Desde qué lugar? Desde el receptor. ¿Por qué? Porque yo le robaba la Revista Goles y El Gráfico a mi viejo para leer a Ardizzone y a Juvenal. Por eso, cuando veo que el entretenimiento se los comió a todos me enojo mucho.
-¿En donde se nota más la “invasión show”?
-Muchos tipos entregaron su bien más preciado, que es que les paguen por ser periodistas. Hoy les pagan para que vendan. Entonces, en el medio de un partido te venden pararrayos. Del mismo modo que hoy muchos periodistas, en el Fútbol para Todos, están entregados a ser parte de la pauta oficial y nombran “678” en el medio de un corner 80 veces durante un partido... ¿Esos son los juegos que hay que jugar? A mí no me cuenten...
-Estás en ESPN. ¿Cómo hacés para ser parte de una empresa, que hace negocio como todas, y mantener la independencia periodística?
-Yo estoy en una empresa muy seria, pero no me olvido de que todos son socios de todos. Desde ese lugar trato de defender el hecho periodístico. Por eso me da bronca cuando veo que a una gran parte de los periodistas se la comió el negocio... Porque cuando hoy hablamos de violencia, no perdamos de vista cómo se avaló a nuestros bravos muchachos que venían del Mundial 86 y nos enrostraban las banderas robadas en todas las canchas. No entender hoy la cantidad de barrabravas que se mueven no sólo en el ámbito del fútbol sino del poder, es no entender qué pasó con Tula; con el Abuelo, que tenía la Fundación La Doce y facturaba más de 2.500.000 de dólares al año en pleno menemismo... Si uno tiene ganas de tener memoria no debemos olvidarnos, en esta lucha de corpo y no corpo, de que durante muchos años existió un programa llamado El Aguante y el domingo a la noche se montaba un show alrededor del cual nos hacían creer que el fútbol argentino era maravilloso. Cuando empezamos a ver todos los partidos nos dimos cuenta de que es un desastre y un bodrio... Que culturizamos a las nuevas generaciones con el mensaje “el cómo no importa”. Y transformamos un juego muy lindo en una caldera de locura y enfermedad, en donde muchos periodistas dicen “yo no volteo técnicos” pero cierran su comentario preguntándose “¿este técnico resiste dos derrotas más?”.
-¿Cómo escaparse?
-El “no” es una palabra que hay que usar más seguido. “Gracias, pero yo no vendo pararrayos durante el partido”. Me dicen “Ruso, vos tenés que meter chivos”. Y yo digo “no, chicos”. Yo no puedo terminar de pasar Iron Maiden y volver y decir “¿tenés hongos? Cuando te saques los borcegos después de un buen pogo, ponete Piecidex”. Es una falta de respeto.
-¿Y cuánta responsabilidad hay del receptor?
-Para los jóvenes, la Universidad es contracultural, es perder tiempo. Yo quiero salir en la televisión... ¿Qué hay que hacer? ¿Cuento cómo tiro la goma? Cuento. ¿Mostrar el culo? Lo muestro... ¿Bailo por un sueño? Bailo. Después te gana la Mole Moli, que es un lavarropas con una rueda menos centrifugando... Y la gente gasta plata para votarlo. Claro que hay una responsabilidad del receptor. ¿Pero quién se hace cargo del bombardeo?
-Se lo critica a Messi.
-Porque no tomamos conciencia de que primero tuvimos a Diego y ahora a Messi. En el mundo se quieren matar... Leo no es campeón del mundo y de Europa con España porque Pekerman y Tocalli se iluminaron y porque él decidió. Tuvo un gesto que pocos destacaron: hizo un gol y se puso la pelota abajo de la camiseta argentina... Hace rato que sabemos que va a ser padre. ¿Por qué no lo hizo con la del Barcelona? Y después hay que bancar a los soberbios que lo discuten y se preguntan “¿qué es jugar bien?”. ¿Ahora hay que explicar qué es jugar bien? Esto es Argentina, no Corea del Norte...
-¿Qué te gusta de lo que ves en tele y radio?
 -Poco. Cuando pasó lo de Caruso con Fabián García en Hablemos de Fútbol contamos lo que pasó, pero Perfumo presentó a Pepe Romero y seguimos. Se puede hacer eso o traer a Maravilla Martínez para que analice la pelea... Uno siempre puede elegir.

Lástima Sabella...

Nuevamente en un acto de absoluta modestia y falta de protagonismo, LQS dejamos que otros expresen lo que seguramente nosotros hubiesemos manifestado mucho peor.
Acá una excelente mirada del fenomeno Messi emitida en Pagina 12 por un gordo barbudo y bostero que escribe bastante bien...
 
Sobre el messianismo
Por Juan Sasturain

No voy a hablar de religión; tampoco, en el fondo, de fútbol. Pero voy a usar ambas cosas para pensar en voz alta, para exagerar incluso, delirar. Voy a tratar de encontrar una manera de describir la sensación que me produjo –no me animo a escribir “nos produce”, en presente universal– el fenómeno maravilloso de ver jugar a Lionel Messi al fútbol y las consecuencias que puede o debería generar este hecho en el contexto en que lo hace, e incluso más allá. Algo así.

Porque nunca ha quedado tan claro como el sábado, definitivamente, la condición mesiánica de Messi. Y es algo más que un fácil juego de palabras que se habrá hecho muchas veces. La cuestión es que, recién ahora y en términos apenas embrionarios, elementales y tímidos, un poco culposos, empezamos a reconocer de qué se trata. El, sin ser de otro mundo, es –saludablemente– Otra Cosa. Al mesías no se le pide ni se le reclama mezquinamente (como lo hemos hecho largamente); al mesías, primero se toma conciencia de que se lo necesita –para eso hay que reconocer la Caída y la necesidad de salir del Error–, luego se lo espera, se lo desea más o menos consciente y/o desesperadamente, y al final –cuando aparece– se lo reconoce. O no.

¿Y después –ahora, quiero decir– qué? Esa es la cuestión.

El Mundo podrido y decadente que obscenamente se muestra cada día en la realidad y –sobre todo– en los medios que la filtran y acondicionan, en el que los más exitosos y reconocidos modelos son cínicos, ladrones inescrupulosos, generadores de desgracia y cómplices del crimen y la injusticia institucionalizada, explotadores de la miseria y la vergüenza ajena, necesita/espera sus mesías como nunca: uno en la política, otro en la economía, otro en la comunicación... Alguien que ponga las cosas en el verdadero lugar, que recupere el sentido de lo mejor humano y lo reivindique, con su acción, como posible.

El fútbol como síntoma esperpéntico de este mundo y este tiempo no es un fenómeno más sino un modelo ejemplar a escala de cómo son/deben ser/podrían ser las cosas entre los hombres en sociedad. Juego, competencia, arte, espectáculo y negocio a la vez, probablemente sea, dentro de todas las actividades humanas de difusión e incidencia ecuménica, uno de los pocos terrenos en que es aún posible que surja un Messi/mesías sin que las fuerzas del mal y la enfermedad contemporáneas lo destruyan más o menos inmediatamente por necesidad de mezquina supervivencia. Acaso y sin paradoja, porque es, además, parte clave del espectáculo universal y por lo tanto un gran negocio.

Vamos ahora a lo que nos atañe. En el caso de Messi, creo que los argentinos, de a poco, hemos ido recorriendo el camino de la habitual y soberbia necedad (ni siquiera admitir nuestra miseria), a la humilde admisión de nuestra carencia: ya no le pedimos ni reclamamos sino que, desde nuestra orfandad, sabemos que lo necesitamos, que es otra cosa. Quiero decir: desde la espantosa realidad del fútbol que hemos sabido destruir, lo reconocemos como algo que nos falta: no importa si alguna vez lo tuvimos o no, si es un par de piernas que se reponen o un par de alas que se suman.

El discurso de algún modo hoy oficializado, que dice “tenemos la suerte de que sea argentino” es revelador. No lo dijimos nunca con Diego. El Diez era y es natural, casi excesivamente argentino. Con Messi, lo que decimos es “tenemos la suerte de que haya elegido” serlo, porque sabemos que sólo parcialmente nos pertenece. Se/nos eligió para ser. ¿Y ahora?

Lo primero, como condición primera para que sea posible redimir al fútbol perdido, extraviado, es reconocerlo como mesías. Pero de todo el fútbol, no sólo del argentino. El mensaje de Messi es ecuménico y cualquier gesto mezquino, instrumental, equívocamente utilitario –modos de matarlo, en realidad– será un desperdicio: no hay que usarlo, hay que tratar de aprender a ser (jugar) como él. Que Argentina gane y sólo gane mediante y a través de sus virtudes usufructuadas mezquinamente (Diego en nuestra patética Italia ’90) no sirve de nada. Será una isla talentosa, solidaria y saludable en un contexto sin grandeza. Significará que no entendimos nada...

Este es el momento de aprender del mesías, no de intentar apropiárselo sin transformarse, sin dar nada: reivindicar el juego, la belleza, disfrutar y premiar la habilidad, castigar el cinismo, la deslealtad, la mentira, la especulación, la simulación, la mezquindad y el cálculo que nos afean y enferman. Tenemos que tratar de estar –la Selección, el fútbol argentino todo– a la altura de lo que nos tocó. No sé qué habremos hecho para merecer esto. Sé qué tenemos que hacer.

Siento que en general no lo hacemos.

Indefensos

Dos notas, un tema.
La primera es lo que escribe un  columnista de La Nacion por estos dias, la otra la escribio el amigo nuestro Kurku hace mas de 2 años en esta mesa.
Como verán ambos opinan lo mismo respecto al que parece ser el tema critico en la selección.
Por ahi leimos que Mascherano se queja porque no se le reconoce lo que hace en el BFC ....¿sera porque la AFIP no se dio cuenta?


 
La inseguridad no es una sensación
Por Cristian Grosso
 
A un equipo se le puede perdonar casi todo, menos que no tenga estilo. La selección argentina lo sigue buscando. En el camino también se ha demorado la construcción de una defensa granítica y confiable. En las últimas tres temporadas y media ya desfilaron 39 zagueros centrales? y ninguna solución. Un déficit que excede largamente el ciclo de Alejandro Sabella, una cifra que por abultada revela desorientación, distracciones y hasta incapacidad. Se han agolpado decenas de nombres y nunca se consiguió cristalizar una auténtica línea de fondo.
Además, la ausencia de laterales ha acentuado la decrepitud en esta región del campo. Una parcela sin gestos reconocibles ni apellidos referenciales. Sin una médula que la motorice. Sabella ya citó a 23 defensores, y entre ellos ha llamado a 14 centrales. Incluso, ayer, comenzó a ensayar la variante de retrasar a Javier Mascherano a la zaga. Pero más allá de entrenadores, esquemas, dibujos o partituras, flota un problema más trascendente: en la retaguardia falta jerarquía. Vaya si habrá recibido reproches y hasta señalamientos con sarcasmo Roberto Ayala, ¿sí? Hoy se trataría de un pilar y su ausencia todavía quema.

Intentando desprenderse de una mecánica de designaciones que por momentos ha recorrido senderos desprolijos o forzados, como en tiempos de Sergio Batista, y hasta en ocasiones sospechosos, como en los días de Diego Maradona, a los futbolistas también les cabe una responsabilidad: no aprovecharon la oportunidad. Aunque el escenario no fuese el ideal, no se rebelaron para dejar una huella en la selección. Algunos pasaron como si se tratase de un homenaje en cercanías de su retiro y otros, apenas con la ilusión de contárselo mañana a sus nietos. Alguna vez debutaron en la selección Kempes, Burruchaga, Batistuta, Caniggia y Simeone, por ejemplo, y ese instante se volvió una bisagra en sus trayectorias. En este caso apenas se apiñaron nombres sin apetito de reescribir la historia. Y de eso sólo ellos son los culpables.

De allá y de acá? que luego también fueron de allá. Desde Ezequiel Muñoz, Federico Fernández y Otamendi, hasta Federico Fazio, Mateo Musacchio y Nicolás Pareja. Jóvenes y prometedores o mayorcitos consolidados, como Juan Forlín, Ezequiel Garay, Lisandro López, Fernando Tobio, Heinze, Rolando Schiavi, Leandro Desábato y Alexis Ferrero. Desconocidos y consagrados, como Matías Rodríguez, Hugo Campagnaro, Ignacio Canuto, Gabriel Milito, Nicolás Burdisso, Samuel, Martín Demichelis y Fabricio Coloccini. Polifuncionales como Cellay, Ré, Gabriel Mercado y Garcé. Y siguen las firmas? Caruzzo, Cata Díaz, Goltz, Bottinelli, Insaurralde, Julián Velázquez, Jonatan Maidana, Matheu, Galeano, Alexis Ferrero, Guillermo Burdisso, Mariano Echeverría, Sebastián Domínguez? Entre 39 apellidos no aparece ni uno indiscutido. Un repaso demoledor para entender otra legítima sensación de inseguridad.
 
Y ¿ahora quien podra defendernos?
Por Kurkurrucho
 
Hace unos días, estábamos discutiendo en la mesa respecto a cuáles eran las posiciones en las que se ha perdido más calidad, más conceptos, más clase. En qué sector de la cancha se juega peor, hay menos habilidad de juego, menos ideas y por supuesto menos buenos jugadores.
Explico un poco más. Actualmente, ¿son peores los defensores o los delanteros que los de antes? ¿Tienen menos concepto del juego los mediocampistas o delanteros o los que desmejoraron notablemente son los defensas? ¿quienes conocen menos qué hacer y cómo hacerlo, un fullback o un centrofoward (como se decía antes)?
Esto que parece (y para muchos lo será) una pequeñez, no lo es tanto si ayuda a entender porqué algunos delanteros de estos días parecen muy buenos o cracks y quizás no lo son tanto.
A lo mejor, la decadencia es pareja. Yo creo que no.
Viendo jugar a los defensores, uno descubre errores conceptuales de juego, de manejo, de cómo jugar en ese puesto, elementales, casi de principiantes o amateurs que no se ven tanto en los de arriba ni en los medios.
No estamos hablando de pifiar un rechazo o meter un gol en contra por un accidente. Hablamos de cerrar mal las espaldas de los demás, de cruzar con piernas cambiadas, de marcar mal en el área cuando viene un centro, en retroceder en vez de salir, en no amagar. Pienso en montones de deficiencias elementales que hacen más fácil (y agrandan) el juego de algunos delanteros, que bien marcados serian regulares y hoy parecen cracks.
Eso si, la falta de clase y conceptos lo compensan con estado atlético, presión, sangre, sudor y lágrimas.

Pongo algunos ejemplos de señores profesionales de la defensa que muestran deficiencias conceptuales cada vez que juegan.

A varios los he visto en la cancha , otros por TV.
Heinze, Caceres (el de Boca), Rodriguez (el de independiente), Laspada, Vidic, Gerlo, un par de africanos que juegan en la elite de Europa y son burros pero burros con vocación de burros. La lista es casi infinita y cada uno puede agregar los que quiera.

Antes también había algunos jugadores de limitadas habilidades, eran duros y ásperos pero sabían de eso de jugar de 2 o de 4 o de 3.
Conocían como jugar, qué debían hacer.
Algunos de ahora son troncos, sin habilidades y encima no saben y no aprenden.
Quizás porque no hay maestros.
Todo esto les hace más fácil sobresalir a algunos delanteros que 30 años atrás no hubiesen hecho la mitad de los goles que hacen ahora.
Sand, Boselli, Cavenaghi, Palermo, Farias, Romeo, y muchos otros no serian lo que son si los hubiesen marcado Perfumo, Melendez, Sachi, Larraigne, Marzolini, Pasarella, Albretch, etc.
A veces sospecho que como lo que vende son los goles, el sistema, el negocio del fútbol promueve a estos pajarones disfrazados de fullbacks que permiten lucirse, con su ordinariez, a mediocres delanteros haciendo goles de distinta calidad y en cantidades. Algo así como cambiar la pelota para complicarle la vida a los arqueros, no poder tomarla con la mano, etc. Todo para facilitarle la concreción de goles a los (tambien) cada vez mas limitados goleadores y asi mantener el negocio.
Lucho Sosa, Rojitas jugando de 4, como me dijo un vitalicio de Boca, debe sufrir mirando desde el cielo a estos pataduras.

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